Noches demasiado largas

“Si bien la ciudadanía es la principal afectada por la crisis del sistema sanitario, también lo es el personal médico que se encuentra en una posición de vulnerabilidad, desprotección, precariedad y hasta presión política”.

Autora: Katherine Perzant 

De doce a tres. De seis a doce. De tres a seis.

De doce a tres. De seis a tres.

De tres a seis. De doce a tres. De doce a seis. De tres a seis. Así. Así es todos los días en varias provincias del Oriente de Cuba.

Diez horas. Ocho horas. Tres horas. De doce de la noche a tres de la madrugada, sin luz. De seis de la tarde a doce de la noche, sin luz. De tres a seis, también, sin luz.

Así es.

Adentro de las casas las familias se iluminan con una vela cuando ya es de noche, o con una lámpara recargable que no les permite distinguir bien todas las caras, y espantan los mosquitos con las manos, con un pañuelo, hasta quedarse dormidos.

Me dijo Alejo, un joven que vive en Alcides Pino, un reparto de la ciudad de Holguín, que una mañana vio algo que le pareció muy raro: «en una pared del cuarto había varios mosquitos posados, estaban muy quietos, como pegados…» Y cuando Alejo se acercó, cuando intentó espantarlos, los mosquitos no pudieron moverse: estaban hinchados de sangre. De su sangre…

En las provincias cubanas las personas tienen que alterar sus rutinas y necesidades diarias en función de los apagones, debido al déficit de combustible que experimenta el país. La crisis provoca que miles de familias subsistan a diario solo con diez o 12 horas de luz eléctrica, y otras afirman haber pasado «más de 18 horas sin electricidad». 

El panorama nos recuerda el estado de crisis de los años noventa, bautizados como Periodo Especial, donde, y cito versos de Antonio José Ponte: «Se apaga un municipio para que exista otro». Casi un déjà vu de la oscuridad y el calor, en medio de una crisis económica marcada por la inflación, el éxodo y la escasez de productos básicos (arroz, azúcar, aseo, etc.) y medicamentos. 

En la tabla de planificación de la Empresa Eléctrica de Holguín para el mes de junio, publicada en Facebook, mínimo cada bloque (sistema de distribución  por áreas o barrios), debe pasar nueve horas sin electricidad. En esta publicación se pueden leer decenas de comentarios de descontento y frustración de los holguineros como: 

«Y dónde quedó la promesa de respetar el horario nocturno».

«¡Qué tristeza por Dios!».

«¿Esto no va a acabar nunca, nunca más vamos a vivir, cuándo volveremos a la normalidad, quién sabe…?». 

«Cuando aparece un apagón inesperado y coincide con que no tienes gas…», se queja Olga M, quien vive en Holguín y va a diario desde su casa a casa de su madre a cuidar de ella y su padrastro, ambos de 73 años. «Cuando aparece un apagón inesperado y la opción que tenías era el fogón eléctrico, debes esperar horas para poder cocinar, eso lo complica todo. Lo otro es salir a comprar pan, pizzas u otra cosa, pero te arriesgas a comprar un alimento que esté sin buena refrigeración. Cuando las personas a tu cuidado son hipertensas es más complicado aún. No puedo comprar mucha comida, solo de poquito en poquito, porque no me da tiempo a congelar los alimentos para preservarlos. Ahora mismo llevo más de una semana sin gas y sin agua potable, y hay que consumir el agua vieja del acueducto que tengo en los tanques. Es una situación compleja. Muchos suministros dependen de la energía eléctrica y esto genera riesgos, insatisfacción y dificultades».

«La situación inestable del fluido eléctrico afecta la vida diaria, la rutina, llamémosle estilo de vida», dice la doctora en sicología Elda, quien vive en Holguín. «Las personas tienen pautas de actuar que incorporan a su rutina. Todo esto se altera en el apagón porque para realizar la mayoría de las labores se necesita de la corriente eléctrica. Cuando se produce el apagón, las actividades no se hacen como se debe, y el resultado no es el esperado. Esto interrumpe los resultados, el hacer de las personas, pues independientemente del grado de creatividad que tengan, llega el momento que producen, producen y producen nuevas formas de actuar, pero se les acaban las herramientas y lo que tenían planificado se quiebra. Los planes más inmediatos, como ver una novela, hacer un dulce o cocinar tu comida, se rompen. Esto provoca un desajuste y la persona tiene que reorientarse, entonces, como es tanta la ruptura de lo planificado, lo relacionado con la organización temporal de la vida, que es una habilidad que se intenta desarrollar en la niñez para que acompañe a las personas durante toda su vida, se ve afectada. Porque no hay forma de planificar actividades de estudio, laborales o domésticas, y el ser humano se distingue por esto, porque al tener conciencia proyecta acciones para lograr fines. Si, por ejemplo, quieres leer un libro, lo puedes hacer cuando haya fluido eléctrico, pero esto te impedirá realizar tus actividades básicas, entonces quedan en la retaguardia esas otras actividades puramente humanas. Y al no satisfacer la alimentación y el descanso, no puedes realizar actividades de crecimiento personal o de disfrute, que tanto necesita el ser humano».

«Mi mamá se despierta a las 4:00 a.m., por su mecanismo de alerta; a esa hora aprovecha la electricidad para ablandar frijoles. Hace unos días tuvo una fatiga, pues además del calor, los días sin corriente y el estrés la tienen consumida. A pesar de su buen sentido del humor, me dice: ‘¿Hasta cuándo será esta vida que estamos llevando?’ Sus respuestas son de desesperanza, de falta de confianza en el proyecto social», cuenta Olga M, quien cuida y asume la alimentación de su madre y su padrastro, ambos de 73 años.

«El sueño tiene un esquema, unos ciclos», según la sicóloga Elda, especialista que ha decidido permanece en el anonimato y que así lo explica: «Es una actividad reparadora para el organismo. Las primeras fases son de un sueño ligero; la tercera es de un sueño profundo. ¿Qué pasa si el apagón te afecta una de esas fases? Se altera el ciclo. En las etapas de sueño profundo es donde se realiza la reparación que necesita el organismo, y el restablecimiento de todos los órganos, incluso. Si el organismo no descansa y, como dice la población ‘el cerebro no descansa’, amanece una persona desorientada, que no precisa las horas que durmió. Que olvidó si la corriente se fue a las seis, a las tres, o a las doce. Siente cansancio, desgano, y no es que no quiera hacer las cosas, es que su organismo no está apto para comenzar una nueva jornada. Sucede que pasan los días, las semanas, los meses, y se acrecientan las consecuencias: se nota en uno mismo y en quienes te rodean, en los menores, en los ancianos, a nivel social… Si vas en una guagua ves a todos agotados por no dormir; el calor y los insectos también afectan la calidad del sueño. Tus órganos no se recuperan. Todas las personas que han estado una noche sin dormir saben lo que le pasa al cuerpo al otro día. Imaginemos que esto se repite, se repite, se repite. No se puede uno acostumbrar a no dormir. El organismo necesita dormir para poder asumir el nuevo día. De lo contrario se afecta el funcionamiento biológico y sicológico de la persona, se afecta el funcionamiento de la familia, de la comunidad laboral; el funcionamiento de la sociedad, como consecuencia de la apatía y la irritabilidad».  

Todos los días Olga M va de su casa a casa de su mamá y su padrastro y cena con ellos. «Salgo de mi casa con su comida hecha a las 6:00 p.m. y los ayudo en los quehaceres; si hay corriente podemos ver la novela. Cuando hay corriente, que te la ponen a las seis de la tarde y te la quitan a las doce de la noche, hay otra sobrecarga de acciones: tienes que organizar todo para que a las doce de la noche todas las lámparas estén cargadas para poder ir al baño o tomar agua en la madrugada. Mi visita se vuelve muy riesgosa para mí, porque salgo de la casa de ellos a las 10:00 p.m., después de haberlos acompañado y ayudado».

Luego atraviesa calles oscuras, con alguna que otra lámpara recargable encendida en el portal de algún vecino como única luz. «No puedes ver la televisión, no puedes tener hábitos. Yo les tenía una lamparita y se le rompió la batería. Con la ayuda económica del hijo mío que vive en el extranjero les pude comprar otra, pero hay gente que no puede hacerlo, porque tienen que comprar comida. Ellos necesitan la luz para ver los nombres de sus medicamentos, evitar una caída. Esos cambios en la rutina de vida te someten a riesgos».

Según Elda, doctora en sicología: «El apagón te inmoviliza más que un déficit de alimentos, porque tiene que ver con todo, y puede que te afecte más, realmente. Lo primero que puede hacer el apagón es irrumpir y modificar la vida; altera el mundo subjetivo del individuo y causa una insatisfacción de necesidades que permiten la existencia, así como de otras necesidades superiores que nos tipifican como seres humanos. Porque cuando no te puedes comer algo, haces otra cosa, pero el apagón limita las opciones que compensan lo perdido. Y viene la irritabilidad, la impotencia de no ver una salida. La sensación de espera de que la luz se vaya genera una alarma, una ansiedad, porque las personas toman medidas para el apagón cuando hay luz, y eso los afecta inmensamente; sin que esté el apagón, lo están vivenciando».

Dice Alia, quien cuidó en los dos últimos años a su madre enferma, fallecida recientemente, que «el apagón alarga el día. Lo convierte en un día intenso, de esfuerzos redoblados, de abanicar a una persona, de hacer un esfuerzo mental sin tener cómo, para curarla, cambiar sus pañales… Todo lo que se hace con un anciano en horario nocturno necesita iluminación, y lo peor es que sientes que no estás cuidando adecuadamente a esa persona que depende de ti».

«La actividad de cuidadora requiere de una planificación de tu vida y la de quien depende ti, porque debes hacer las actividades de tu rutina y otras que garanticen una calidad de vida a esa persona que estás cuidando. El esfuerzo es doble. Se altera el dependiente, que necesita un mayor confort, y tienes que proveerle alimento, iluminación, alcanzarle lo que necesite por su condición de enfermo, desde las alimentaciones específicas hasta la ventilación. Al no haber luz no puedes batirle sus alimentos o mantenerlos frescos. Si la persona no se comunica, el cuidador o cuidadora, que lo conoce, mirándole a los ojos puede ver si necesita cambiar su posición, si tiene calor, y esto se imposibilita con el apagón, porque no lo ves», dice Elda, doctora en sicología.  

Alia tenía la precaución de elaborar la comida en horas tempranas y muchas veces la comida se le echaba a perder. «Si haces un alimento temprano y no hay luz, se echa a perder. Intentaba ponerle la menor cantidad de ropas posibles y abrir las ventanas, pero tienes la sensación de que no estás logrando darle a esa persona lo que quieres, que es calidad de vida. Te das cuenta de que solo tienes dos brazos que están agotados, porque fueron los mismos brazos con que lavaste a mano y los mismos brazos que no pueden abanicar».

En cuanto a la sobrecarga de trabajo a causa de los apagones y de vivir sola, sigue diciendo: «Tienes lo que te toca más lo extra, y era muy difícil lograr dormir. En las casas donde hay varias personas que pueden alternarse, quizá quien cuida a un anciano pueda descansar, pero en mi caso no podía».

El padrastro de Olga M, que tiene 73 años, ha debutado con demencia senil: «Cuando hay un apagón mi padrastro se desenfrena; aunque tengas una pequeña lámpara recargable, hay muchos mosquitos, calor, y eso exacerba el malestar y la desorientación; ellos se vuelven más ansiosos y se les trastorna el sueño. En el caso del sueño, a quien se le entorpece más es a mi mamá, y puede dormir menos, porque su aceleración durante el día para dejar todo listo, y los cortos periodos de electricidad, le han provocado fatiga, y eso hace que no rinda de la misma manera. A veces se queda dormida en la tarde porque no durmió en la noche, y no puede cuidar a mi padrastro, que desordena la casa en su estado demencial; cuando ella se despierta tiene que volver a organizar todo, a trabajar. Yo, por mi parte, soy profesora, tengo que calificar, atender a mis estudiantes, y no duermo bien; se me interrumpe el sueño y siento que no puedo funcionar. Muchas veces me siento en la encrucijada de decidir si garantizo la alimentación de mi mamá y mi padrastro, preparo su comida y se las llevo, o hago mi trabajo como profesora. Cuando tenía la corriente a mi disposición podía trabajar en la computadora y organizarme bien, podía ir cocinando mientras calificaba, pero ya no. Ahora es una cosa u otra».

Paolina, una joven de 28 años, hija de María, ambas habitantes de Holguín, cuenta cómo en medio de los apagones su madre cuidaba a su abuela, una anciana con más de 80 años:

«Durante el día no era tan complicado, porque mi casa de Holguín tiene buena iluminación y cocinamos con gas. Pero en la noche era terrible, sobre todo en el horario de invierno, cuando comienza a anochecer después de las 5:30 p.m. Mi abuela tenía demencia, era como una niña pequeña, y si mi mamá no tenía carga en el móvil en ese momento debido al apagón, tenía que andar detrás de ella con una linterna o una vela, o vigilando que no se parara del asiento para ir al baño. Era una pesadilla, porque cuando la acostábamos, quería levantarse. El tema de la comida se alteró por completo con los apagones. En mi casa siempre hemos sido de tener horarios. Se almuerza a las doce del mediodía y se come sobre las 6:00 p.m., pero con los apagones, cuando se hacía de noche muy temprano, había que servirle a mi abuela la comida a las cinco, y acostarse más temprano de lo normal. No había luz ni conexión a Internet. Era terrible porque una persona con demencia no entiende lo que está sucediendo y no dejaba a mi mamá, que era su cuidadora principal, descansar. Mi madre tuvo que poner un pestillo muy alto en la puerta del cuarto, donde mi abuela no pudiera alcanzarlo, para que, si se levantaba en la oscuridad, no saliera y se cayera, o sucediese algo peor».

Elda, doctora en sicología, dice que «las personas sanas desde el punto de vista mental tienen sensaciones de malestar y apatía, y los que tienen trastornos mentales se alteran, porque al alterarse el sueño, estas personas se alteran más. No puedo afirmar que haya un aumento de trastornos mentales, pero sí que hay un aumento de síntomas».

«Mi madre solía bañar a mi abuela muy temprano», dice Paolina, «a las 11:00 a.m., y si una mañana no había electricidad para tibiar agua, ya después no podía bañarla porque no ponían la luz hasta muy tarde. A finales del año pasado mi abuela se cayó y se fracturó una cadera, había coincidido con uno de mis viajes de visita a ella y a mi madre. En el hospital no la quisieron enyesar. Desde entonces ella se puso muy mal, no nos reconocía siquiera y no quería comer. Fue ahí cuando me di cuenta de que debíamos hospitalizarla. El día que logré sobornar al chófer de una ambulancia, fue porque llamé al SIUM (Sistema Integrado de Urgencias Médicas) y mentí, dije que llamaba de parte de un médico que yo conocía. Al chofer le tuve que pagar mil pesos. Estábamos en apagón y en medio del silencio escuchamos que llegaba la ambulancia y los tuvimos que llevar hasta el cuarto de mi abuela con la linterna de nuestros teléfonos. La levantaron con una sábana, en pleno apagón, y luego fuimos en la ambulancia a toda velocidad por las calles sin luz. Luego me quedé con el número del chófer y lo llamaba para que la llevara de un hospital a otro, o del hospital a la casa, y siempre le tenía que pagar».

El día que la abuela de Paolina falleció había un apagón en el hospital. «En el hospital, cuando mi abuela falleció, tuvimos que ir a la morgue, donde supuestamente preparan el cuerpo, pero solo le cambiaron la ropa, porque como no tenían electricidad, ni aire acondicionado, ni petróleo para cremar los órganos, no podían hacer nada más. Yo intenté sobornarlos, que es como funciona todo, y les expliqué que si hacía falta yo buscaba el petróleo, que yo pagaba lo que fuera para terminar con esa situación, y el hombre me dijo que no se podía. ‘Qué quieres que haga, que me lleve los órganos para mi casa y los guarde en el frío’».

¡Diez horas!

¡Ocho horas!

¡Tres horas!

De doce a tres sin luz.

De seis a doce sin luz.

De tres a seis sin luz.

Así es.

Adentro de las casas, las familias se iluminan con una vela cuando ya es de noche, o con una lámpara recargable que no les permite distinguir bien todas las caras…

*Este reportaje forma parte del programa de apoyo de Casa Palanca a mujeres periodistas independientes.

LINK

https://revistaelestornudo.com/apagones-noches-oriente-cuba/

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